El cuento de Juan el Bueno y Juan el Malo

Había una vez dos hermanos llamados Juan el Bueno y Juan el Malo. Juan el Bueno era amable, generoso y siempre dispuesto a ayudar a los demás. Juan el Malo, en cambio, era egoísta, mezquino y solo pensaba en sí mismo.

Un día, una anciana les pidió ayuda para cruzar un río. Juan el Bueno, sin dudarlo, la ayudó con una sonrisa, mientras que Juan el Malo la ignoró y se burló de ella. La anciana resultó ser un hada disfrazada. Agradecida, le concedió a Juan el Bueno un don: cada vez que hablaba, de su boca salían caramelos y flores. Como castigo, le dio a Juan el Malo una maldición: cada vez que hablaba, de su boca salían bichos y serpientes.

A partir de ese momento, la vida de ambos cambió drásticamente. Juan el Bueno fue querido y apreciado por todos, y su amabilidad siempre fue recompensada. Donde quiera que iba, dejaba una estela de dulzura y belleza, y las personas se sentían atraídas por su presencia. Juan el Malo, por su parte, se volvió aún más solitario y rechazado, pues nadie quería estar cerca de él por miedo a los bichos y serpientes. Su malicia le había traído aislamiento y desdicha, y su corazón se llenó de amargura.

Moraleja:

La historia de Juan el Bueno y Juan el Malo nos recuerda el poder transformador de nuestras acciones y palabras. La verdadera belleza y bondad surgen del interior, y son nuestras decisiones y comportamiento los que moldean nuestro destino y el impacto que tenemos en el mundo. Al elegir la generosidad y la empatía, sembramos semillas de armonía y alegría que florecen a nuestro alrededor, mientras que la negatividad y el egoísmo solo traen oscuridad y soledad.

Instrucciones prácticas para el día a día:

Es fácil caer en la queja y la crítica. Ser amable y bondadoso todo el tiempo puede ser agotador para nuestro ego, que siempre busca protagonismo. No es necesario ser la Madre Teresa de Calcuta; no exageremos. Pero hay una evidencia en hacer el bien: sana. Por eso, cuando veas que caes en la queja rápida, sé consciente de tus palabras y acciones. Practica la gratitud y expresa aprecio hacia quienes te rodean sin esperar nada a cambio. Haz un esfuerzo por ayudar a los demás o por no negarte automáticamente cuando te piden ayuda. Incluso en pequeños gestos, como sostener la puerta abierta o ofrecer una sonrisa sincera generan serotonina expansiva.

Te invito a que reserves tiempo cada día para reflexionar sobre tus interacciones y cómo puedes mejorar. Al hacer de la bondad y la empatía hábitos diarios, no solo mejorarás tu propio bienestar, sino que también crearás un ambiente más positivo y acogedor para todos

Espero que acabes este mail con una sonrisa y te dispongas a emanar tu bondad, sin esperarla de vuelta.

Hasta el Lunes,

Mónica

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